sábado, 4 de noviembre de 2017

LA CRÍTICA. A Ghost Story

Más allá del amor
“A Ghost Story” comienza con una frase extraída del “A Haunted House” de Virginia Woolf. No deja de ser curioso que en su nuevo trabajo, David Lowery haya decidido parafrasear a la autora británica antes que a la francesa George Sand, que ya definía el olvido como el verdadero sudario de los muertos. Y es curioso porque lo que cubre este relato es un trozo de tela a través del que el protagonista, omnipresente y a la vez ausente en pantalla Casey Affleck, vislumbra el fugaz paso del tiempo y cómo sus seres queridos, especialmente su esposa, van pasando página y dejando atrás el recuerdo de un ser que no será más que eso, un recuerdo sostenido en el tiempo, perdido en el cosmos.

Podríamos verla como un relato de amor y terror cósmico, como un drama con tintes sobrenaturales, o incluso como una versión indie, menos descafeinada y ñoña, de “Ghost”. Como si Patrick Swayze se hubiera encontrado con los fantasmas del “Finisterrae” de Sergio Caballero, unidos al espíritu de Terrence Malick. Pero sería hacerle un flaco favor. Porque más allá de sus posibles referencias, más allá de esa manía de etiquetarlo y clasificarlo todo que tenemos a la hora de juzgar un trabajo, “A Ghost Story” debería ser apreciada a nivel temático como lo que es, un relato metafísico sobre la pérdida, sobre la ausencia y el luto. Posiblemente, el cuento sobre el olvido más desgarrador y terrorífico, por la impotencia que provoca en el espectador y la idea de que el más allá consiste en una vida carente de interacción con otros seres humanos, desde la animada “Arrugas”.


Lowery, que huye de encargos disneyanos para hacer algo más personal y profundo, y quizá su mejor obra hasta la fecha, encorseta la narración de manera sabia a través del ajustado metraje y el formato, como si de unas diapositivas o un vídeo casero Súper 8 se tratase. Lo que resulta es un desconcertante experimento no exento de ambición, de ritmo pausado pero hipnótico, que va más allá del espacio, el tiempo y el amor, beneficiado también por el excelente y escueto trabajo de Rooney Mara.


Una película de pocas palabras en la que precisamente la escena con más diálogo resume las intenciones del director. En ella, un invitado a una fiesta divaga sobre la persistencia de la memoria. Sobre cómo los hijos recuerdan a sus padres, sobre cómo el arte, como la sinfonía de Beethoven, perdura en el tiempo. Y lo hace encantado de escucharse a sí mismo, rodeado de atentos oyentes, como si sus palabras fueran también a perdurar. De nada sirve, porque nada dura para siempre, nada resiste el inexorable paso del tiempo. El ser humano está condenado a ser olvidado. Y eso da auténtico miedo.

A favor: el retrato que hace del olvido, y el desconcertante tono y formato de la propuesta
En contra: que más de uno se quede en las meras comparaciones

Calificación ****
No se la pierda 

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