miércoles, 16 de enero de 2013

LA CRÍTICA: Lincoln

Olor a Oscar
Cuando eran tan sólo un joven aspirante a cineasta, cuenta Steven Spielberg que tuvo un encuentro con el mítico John Ford, sin duda el cineasta que más le influyó a la hora de dedicarse a la profesión. Ford le enseñó unos cuadros y le preguntó que veía en ellos, a lo que Spielberg le respondió que unos indios, unos caballos,… y el veterano director le mandó a callar con una frase sentenciosa: “Cuando entiendas por qué el horizonte está arriba o abajo en la imagen, y no en el centro, puede que seas un buen cineasta. Y ahora vete al carajo”.

Esta pequeña anécdota bien podría pertenecer a una de esas historias que el presidente Lincoln cuenta a lo largo del metraje del último film del Rey Midas de Hollywood, pero también sirve para entender por qué la crítica estadounidense, y buena parte de la internacional, se ha rendido a sus pies, más allá del sentimentalismo y orgullo patrio.

Al igual que el Ford de “El joven Lincoln”, Spielberg propone una mirada microscópica, tomando como excusa un hecho histórico crucial, de una gigantesca figura. Ambos humanizaron al hombre tras la leyenda, en este caso al padre afligido por la culpa y amoroso, al marido ausente y fiel, al dirigente astuto y tenaz. Pero, además, en “Lincoln” constatamos la pasión de Spielberg por el arte y la técnica cinematográfica, a un nivel comparable al de aquel estudioso de la imagen que le dio la lección de su vida, y que no por casualidad se alzó con cuatro premios de la Academia.


 “Lincoln” es tan cinematográficamente perfecta y tan académica en su composición, en su dirección de actores, en su banda sonora, en su realización técnica y artística, que es imposible darle una mala nota. Su ritmo, como el de Ford, es tranquilo y pausado, tanto que el conjunto puede ser un tanto irregular en su ritmo. Algo que depende en parte del espléndido guión de Tony Kushner, un libreto que, aunque resulta bastante didáctico, se pierde en ocasiones su propia densidad política. Pero, a diferencia de Ford, su mirada posee una magia especial que aquí tarda en aparecer, y cuando lo hace es bienvenida.


Pese a algún desliz de su realizador –esos innecesarios cambios de plano durante los monólogos de su protagonista o el alargado desenlace, donde el asesinato sobra-, a ese ritmo tan irregular o a su pequeño envoltorio, la grandeza de “Lincoln” se ve incrementada gracias a un reparto perfectamente orquestado, en el que destacan Tommy Lee Jones y, sobre todo, Daniel Day-Lewis. Lo que el intérprete irlandés realiza no es solamente un proceso de mimetización con su personaje, sino un logro de humanización y credibilidad superlativas. Él es el personaje, y nadie mejor que él podría haberle hecho cobrar vida.


Y todo eso aun cuando el presidente queda reducido a un segundo plano como un espectador silencioso y observador mientras otros hablan. Porque más allá del magnífico retrato de la figura central, lo que toca Spielberg una vez más en su nueva obra es la xenofobia y la discriminación. Lo demás es puro teatro, aunque teatro de una factura impecable. Huele a Oscar.

A favor: Daniel Day-Lewis, inmenso, y la dirección pausada a la vez que mágica de Spielberg
En contra: su contenido político puede hacerse algo pesado, y el momento del asesinato sobra

Calificación: ****

1 comentario:

manipulador de alimentos dijo...

Un gran personaje, en su faceta política y personal, pero demasiado charleta, en esta versión, un vara, sermoneador, y a ratos incluso un tanto lunático. Y todo en esa manera tan Spielberg, de resaltar emociones de forma descarada a través de la música, de abrazos del 'todosjuntosporfin', tan impositivo en sus sentimientos... Pero un personaje como Lincoln no puede producir una mala película y de estas tampoco Spielberg sabe hacerlas. Un saludo!

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